Vladimir Putin, junto a Xi Jinping, el pasado 4 de febrero. Foto: SPUTNIK / Reuters.
En poco más de un mes, Putin ha hundido la economía de Rusia. En el mes de enero, antes de la invasión, el PIB del país crecía a un 6,6% interanual. Después de la invasión de finales de febrero, Moscú se asoma al abismo.
Las previsiones para este ejercicio económico son catastróficas. Algunos como Moody’s hablan de un desplome de más del 14%. Los grandes bancos de inversión de EE.UU. como JPMorgan y Goldman Sachs, algo más prudentes, apuntan a un recorte de más del 7%. En cualquier caso, el panorama se tiñe de rojo. Aislada del circuito internacional y golpeada por las sanciones también se enfrenta a una inflación que crece a un ritmo peligroso. “Los precios de las materias primas, las disrupciones de las cadenas de suministro, el desabastecimiento de bienes y la caída del rublo llevarán la inflación a más del 18%”, apuntan los analistas de FocusEconomics.
Según los cálculos de Frédéric Leroux, miembro del comité de inversión estratégico de Carmignac, tras la invasión, “los bonos de deuda rusos se dejaron casi inmediatamente entre el 60% y el 80% de su valor. En paralelo, la renta variable rusa que cotiza en el Reino Unido –en su mayoría, bancos, petroleras o productoras de otras materias primas industriales– perdió entre el 92% y el 99% de su valor entre el 16 de febrero y el 1 de marzo, antes de la suspensión de las cotizaciones”.
El comercio con Pekín ha aumentado desde el 2013, antes de la invasión de Crimea.
Como recordaba Ben Laidler, director de estrategia de eToro, “los vínculos financieros de Rusia con el mundo se han ido reduciendo durante años, acelerados por la anexión ilegal de Crimea en el 2014 y las primeras sanciones. La exposición de los bancos mundiales a Rusia es una décima parte de los niveles de la crisis financiera rusa de 1998. Los 20.000 millones de dólares de bonos rusos en manos de inversores extranjeros son menos del 2% de los más de un billón de dólares de bonos gubernamentales mundiales no denominados en moneda local”.
La economía rusa lleva más de una década desacoplándose de Occidente, como si esto formara parte de un plan estudiado con esmero para buscar un nuevo aliado. Los datos dicen que el comercio de Moscú con Pekín está en ascenso ininterrumpido desde el 2005. China representa el 18% del comercio total de Rusia. Este porcentaje se ha duplicado en diez años. Cuando en el 2014 Moscú entró en Crimea, en la casi totalidad de las exportaciones de Rusia a China se empleaba el dólar. Desde entonces, el billete verde ha ido a menos. Han ganado cuota otras divisas, entre ellas el rublo.
“Expulsada del sistema político, económico y financiero internacional, Rusia se dirigirá al Este para cimentar su alianza con China. Lo que comenzó como un matrimonio de conveniencia ha crecido en la última década en una asociación estratégica”, se desprende del último informe de la consultora EIU Ten ways the war in Ukraine will change the World de esta semana. En los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín, los presidentes Xi Jinping y Vladímir Putin declararon que su alianza “no conocería límites” y sería “superior a las alianzas políticas y militares de la guerra fría”.
“Rusia comenzó su ‘pivote hacia el Este’ en el 2012, tras concluir que era improbable que se le diera voz en el orden de seguridad europeo y que el futuro económico estaba en esta zona. Ha ayudado a China en los ámbitos de la energía, el sector aéreo y marítimo, la inteligencia y los asuntos militares y asuntos exteriores, y a cambio ha recibido financiación y tecnología. Para China, una alianza con Rusia ofrece seguridad a lo largo de su frontera norte, recursos naturales y un enfoque autoritario compartido y actitud autoritaria compartida frente a Occidente”, señala el mencionado estudio.